Os dejo un relato que he compuesto durante el transcurso del Taller Creativo Literario que ha tenido lugar en Torreblascopedro (Jaén) durante los meses de mayo y junio de este año 2013 y espero que os guste.
¡Me muero!,
¡me muero!
Sólo acertaba
a decir eso. Me muero y a miles de kilómetros lejos de mi familia el día de
Navidad, mientras Gaby, mi amiga, no dejaba de tranquilizarme y decirme:
Ese dolor de
cabeza es sólo consecuencia de la resaca por no saber beber y no estar
acostumbrado, quién te manda acabar la noche bebiendo pisco a palo seco con los
hombres de mi familia.
Por mi mente
pasó la imagen de mi pequeño pueblo, Torreblascopedro, allá a lo lejos en las
estribaciones donde acaba la comarca de la Loma y se funden como hermanos los
ríos colorao y blanco, teniendo como telón de fondo Sierra Mágina con picos
como el Aznaitín y el Almadén.
No obstante,
allí estaba yo, sin querer viajar a uno de los lugares más mágicos del planeta:
la ciudad perdida de los incas en plenos Andes peruanos.
Sin embargo,
Gaby me convenció de ir hasta allá, cosa que le agradecería después, pues fue
una de las mejores experiencias de mi vida. De hecho, gracias a esa resaca no
sentí apenas las veintitantas horas que duraba el viaje desde el centro de la
ciudad de Lima hasta el Cuzco y mucho menos el soroche o mal de altura.
En ese largo
viaje que comenzó en los andenes de la central de autobuses de la compañía Cruz
del Sur, hizo que pasaran por mi mente muchos de los acontecimientos vividos
junto a la coreana, como sin malicia la llamaba la madre de uno de nuestros
amigos cada vez que llamaba por teléfono a su casa y era ella quién descolgaba,
siendo ella la causante de que me enamorara de su Perú, de sus gentes, de su
tierra y, sobre todo, de su gastronomía, desde el mismo momento en que me
instalé en su casa de Ate-Vitarte como un miembro más de su familia, siendo
adoptado por esta gran familia matriarcal, donde la mujer tiene un papel
primordial, ya que son ellas las que reúnen a toda la familia: madres, tías,
hermanas...
Del trayecto
de ida en autobús sólo me acuerdo de mi deambular nocturno por el pasillo del
autobús para ir al baño, donde era como ir borracho todo el tiempo debido a las
continuas curvas del camino y el ver a la azafata recostada en los últimos
asientos tan plácidamente como sin con ella no fuera esa agitación continua.
Y como no, del
inicio del viaje, ese momento en que apenas unas horas en el autobús, vi la
puerta abierta y me bajé corriendo porque no podía aguantar las ganas de
vomitar. Al subir y para que se me pasara el mareo, la azafata vino con un
algodón empapado en alcohol, exclamando yo:
¡Oh, cruel
destino!, me dan a oler de nuevo pisco. Y yo diciendo: No, no quiero oler pisco
y al olerlo mi cuerpo en vez de asentarse quería volver a vomitar.
Y a mi lado,
en el otro asiento Nadia aunque intentaba no reírse, al final acabó estallando
en carcajadas.
El resto son
ensoñaciones e imágenes de las vivencias compartidas con Gaby desde el día en
que la conocí, un frío día de primeros de marzo, en el que iniciamos un curso
de Animación Sociocultural en CM Formación. Gracias a este curso tuve la suerte
de conocer a varias personas que se han convertido a día de hoy en grandes
amigos, con los cuales he vivido muchos ratos alegres y por desgracia también
momentos duros, pero hemos estado ahí para lo bueno y para lo malo.
En dicho curso
surgió el apodo “brisa caribeña”, con el cual la solía llamar, aunque como
decía ella y gran verdad tenía, de caribeña tenía más bien poco, o incluso el
apelativo de “terrón de azúcar moreno”, debido al tono de su piel. Todo ello,
provocaba los celos de su marido en aquel entonces, que, ¡oh, casualidades del
destino!, terminó siendo un familiar lejano mío, ya que nuestras abuelas eran
hermanas.
Con ella y
junto a otros amigos creamos un grupo de animación sociocultural, con el cual
recorrimos buena parte de la provincia de Jaén, consiguiendo sonrisas de niños
y no tan niños en cumpleaños, comuniones e incluso en fiestas de algunos
pueblos y llevando a cabo visitas teatralizadas en el Museo Arqueológico de
Linares. Ella fue quien nos enseñó a hacer algunos trucos de magia o a elaborar
piñatas de un gran colorido al estilo mejicano, las cuales eran muy vistosas.
Todo ello bajo su batuta, debido a su fuerte carácter, pues le gusta que todo
salga bien debido a su gran profesionalidad.
Vivimos juntos
su divorcio, siendo el grupo un gran apoyo para ella, como una familia, de ahí
que muchas reuniones las hiciéramos en su casa, ya que los demás no teníamos
casa propia en aquel momento. De hecho, en una de esas reuniones surgió un
problema entre ambos que hizo que nos uniéramos más si cabe, ya que estando
todos los amigos reunidos cantando con el Singstar yo me enfadé mucho con todos
ellos porque me dolía horrible la cabeza y sólo les pedía que bajaran el
volumen y no me hacían caso, así que ni corto ni perezoso cogí y me fui. A los
pocos días éstos se enteraron que aquel enfado tenía una muy buena causa
justificada, puesto que evidentemente yo me encontraba muy mal y como
consecuencia de ello estuve ingresado en el hospital más allá que aquí, debido
a una trombosis yugular que podía haber acabado con mi vida de no haberme
visitado el mismo día que me llevaran por urgencias a Jaén mi ángel salvador,
mi prima, a la cual debo mi vuelta a nacer.
Al enterarse
Gaby, que por aquel tiempo trabajaba en Jaén, enseguida fue a visitarme al
hospital, donde estaba con la habitación en penumbra y sin ruido, sólo pudiendo
articular con los ojos vidriosos “ay, mi negrita”, quedando impresionada del
estado en que me encontró: postrado en la cama inyectado con el suero y la
medicación, a casi oscuras y con un derrame ocular. No obstante, es una imagen
que no se me borra de la mente.
Cada vez que
coincidíamos, ella me hablaba de su país, de su trabajo allá, de sus tres
madres: Rosa, su abuela; Berenice, su madre y Mercedes, su madrastra, ya que
gracias a ellas ella es quién es hoy día, aunque la figura paterna de su abuelo
también es muy importante para ella. No obstante, el matriarcado en su vida ha
sido crucial en su vida, sobre todo, el papel de su abuela o su mamita como
ella la llama, convirtiéndose tras su fallecimiento en la estrella que guía sus
pasos. De su mamá aprendió a cocinar esos ricos platos de la gastronomía
peruana que yo he tenido la suerte de poder probar y aprender. Y, por último,
gracias a su madrastra, por cierto un
apelativo que ella nunca usa, puesto que es una madre también para ella, ella
es psicóloga, ya que se preocupó de que esas niñas que aceptó como suyas
tuvieran una educación.
Todo ello hizo
que sintiera cada vez más ganas de conocer a su gente, de la que tanto me
habló, así que un año me propuso que la acompañara a su país en Navidades junto
a Nadia, siendo ésta la que me acompaña en el otro lado del asiento del autobús
y quien me consuela y me dice que todo pasará, pues esto es sólo un susto, que
no me ocurrirá nada y que aquel trago amargo no se volverá a producir, pero yo
no dejaba de pensar en aquel momento en que me estallaba la cabeza y que acabó
en una trombosis, cosa que volvió a mi mente con los dolores de cabeza de la
resaca.
En este
momento es cuando recupero la conciencia y vuelvo en mí, ya con los albores del
día y las imágenes de la sierra peruana y el río Urubamba corriendo paralelo a
la carretera, preguntándome ésta si había sentido el soroche y yo diciéndole
que no.
Nadia, en
cambio, me dice que la señora de al lado y sus hijos no pararon de vomitar. Por
mi parte, yo creo que no lo hice gracias al té de coca que nos dieron durante
la noche en el autobús, además de los efectos de la resaca.
Nada más
llegar a la estación de autobuses de la ciudad de Cuzco, al bajarnos del
autobús nos recorrió la sensación de falta de aire debido a la altura a la que
habíamos ascendido, unos 3.400 metros sobre el nivel del mar, pero eso dio paso
a la imagen del ajetreo de la estación con viajeros que iban y venían portando
fardos y con maletas, y al bullicio de una ciudad que rozaba las nubes en
plenos Andes peruanos, con sus taxis movidos por gas, las cholitas con sus
sombreros y los trajes típicos de la sierra plenos de colorido o los edificios
antiguos de piedra que evidenciaban su pasado colonial, ya que Cuzco es
considerada la Roma de los Andes debido a la gran cantidad de monumentos que
concentra.
Tanto Nadia
como yo tuvimos mucha suerte, ya que en todo momento tuvimos nuestro guía
particular, que respondía al nombre de Néstor, el cual nos procuró Gaby para
que siempre nos sintiéramos seguros en tierra extraña.
Con Néstor
recorrimos la ciudad en una visita panorámica, quedando grabada en nosotros
cada recodo de la ruta, puesto que nos serviría en días sucesivos para poder
movilizarnos nosotros mismos por la ciudad.
Al día
siguiente, siempre solícito Néstor nos llevó a conocer lugares como
Sacsayhuamán, santuario a dos kilómetros de la ciudad de Cuzco donde el 24 de
junio se celebra la fiesta del Inti, el dios Sol. O yacimientos arqueológicos
como Qenco o Puka Pukara, los bellos paisajes del valle del Taray donde pudimos
ver algún que otro rebaño de llamas y los nevados al fondo o la ciudad de Pisaq
en pleno valle.
He aquí que
tuvo lugar una anécdota graciosa que nos sucedió al bajar del coche para
disfrutar del bello paisaje que nos ofrecía la sierra andina, ya que una llama
que por allí pastaba y en celo, al ver a Nadia no dejaba de perseguirla,
provocando las carcajadas tanto de Néstor como del taxista que nos acompañaba,
mientras yo intentaba asustar a la llama para que la dejara en paz.
Y como olvidar
la ayuda inestimable de nuestro guía particular al acompañarnos hasta Ollantaytambo, con el fin
de poder coger el tren que nos llevaría hasta la ciudad de Aguas Calientes, la
cual debe su nombre a las famosas aguas termales sulfurosas y ferrosas que allí
se encuentran y que es la puerta de acceso a la ciudad inca de Machu Pichu,
donde una vez que se pone un pie sobre ella se para el tiempo y te hace
disfrutar con los cincos sentidos de todo el bello paisaje que te rodea, puesto
que te encuentras de pronto con las ruinas de una ciudad-refugio en medio de la
sierra, donde el verde se extiende hacia el horizonte de los cuatro suyos, es
decir, hacia los cuatro puntos cardinales y las nubes rasgan los picos de la
sierra, a la vez que el olor de la tierra y la vegetación te embriaga y los
rayos del sol en pleno diciembre te hacen sentir vivo. Todas estas sensaciones
las produce estar en uno de los lugares más mágicos de la Tierra, donde los
incas rendían culto a la Pachamama o Madre Tierra, lo cual me recordó de nuevo
el papel del matriarcado en la cultura del Perú.
En dicho lugar
nos sentimos libres, así como el cóndor sobrevuela la fortaleza, siendo el amo
de los cielos en ese lugar recóndito de la tierra.
Todo valió la
pena para poder disfrutar de esta experiencia, ya que hubo algunos problemas
que tuvimos que sortear para poder acceder a la fortaleza, pero nada se compara
con las sensaciones que experimentamos en ese bello lugar.
Tras nuestra
visita al Machu Pichu, ambos disfrutamos de un merecido almuerzo en la ciudad
de Aguas Calientes y después visitamos las aguas termales donde las piscinas de
agua caliente estaban atestadas de gente pese a que caía una leve llovizna. En
cambio, nosotros preferimos subir al bar que estaba colgado como en un árbol en
un risco desde donde podíamos divisar buena parte de esa ciudad que había
surgido en torno a los beneficios que el turismo generaba y las piletas donde
no paraban de entrar personas para disfrutar de sus aguas humeantes.
Tan cansados
como estábamos no nos apetecía bañarnos, pero si que disfrutamos de un té de
coca, del paisaje y del sonido de los rápidos del río Vilcanota que bajaba todo
bravo a nuestra espalda, puesto que Aguas Calientes se extendía en los márgenes
de esta corriente de agua que rasga la sierra.
Por la noche,
junto a otros turistas aguardamos la salida del tren que nos conduciría a
Ollantaytambo, dónde nos esperaba un taxi casi nuevo que nos procuró Néstor y
que nos devolvió a través de una carretera apenas transitada de noche a nuestro
pequeño hotelito en la calle Chavín en Cuzco. A pesar de que veníamos muy
cansados al ver el letrero de la calle, nos miramos y se nos escaparon unas
risas, pues nos hizo recordar el apelativo con que cariñosamente me llamaba
Gaby: “chavito”, ya que soy dado a meter la pata.
El día
siguiente lo dedicamos a pasear por nuestra cuenta en esta bulliciosa ciudad,
comprando algunos recuerdos y disfrutando de sus bellos rincones como el barrio
de san Blas en la parte alta, la calle estrecha donde se encuentra la piedra
más famosa del Perú con sus catorce ángulos, la plaza de armas de Cuzco, con su
catedral y su iglesia de la Compañía de Jesús y ese nacimiento tan insólito, en
el cual la vaca y el buey son sustituidos por la llama y la alpaca. E incluso,
tuvimos la suerte de entablar conversación con un señor que nos deleitó con
algunas palabras en quechua, lengua andina arcaica prehispánica, de las cuales
recuerdo nuna raymi o fiesta del alma.
La última
imagen de Cuzco la recuerdo en la plaza de Coricancho, lugar donde pude comprar
un tapiz de alpaca, en el cual hay representada una llama, uno de los animales
símbolos del Perú, y poder negociar un precio ajustado con Valentina, ataviada
con un bello vestido que destacaba por su colorido característico, para poder
hacerme al final con un bello recuerdo de esa tierra que tanto me fascinó.
En este bello
sitio nos recogió Néstor y su hijo pequeño para acompañarnos y despedirnos en
la estación de autobuses, siendo un buen anfitrión hasta el final.
A mediodía
comenzamos nuestra bajada hacia la costa del Pacífico rumbo a la ciudad de
Lima, pasando una buena noche de viaje y cargados de experiencias y de
vivencias que después repetiríamos una y otra vez a nuestros familiares y
amigos.
Al despertar
nos encontramos con un camino lleno de curvas en un paisaje inhóspito, ya que
no había ninguna huella ni de naturaleza ni de asentamientos humanos. Es decir,
nos encontramos inmersos en un pleno desierto. No obstante, pronto llegamos a
Ica, donde paramos a desayunar, la ciudad de origen de esa familia que me
aceptó como uno de ellos, donde disfrutamos de un suculento desayuno a base de
sopa de pollo y jugo de papaya que podría resucitar hasta un muerto.
Al llegar a
Lima nos recogió Gaby y en vez de descansar nos duchamos y nos dirigimos a la
casa de Mercedes que nos recibió con una suculenta cena y ante todo una buena
conversación. De hecho, después supe que dijo que yo hablaba bastante, cosa que
muchos que me conocen pondrían en entredicho, pero lo curioso es que nos
entendíamos muy bien, ya que es una persona muy inteligente, educada y una
bella persona.
Al día
siguiente, Mercedes nos hizo un tour por las lagunas cercanas a la ciudad de
Lima, donde el turismo ornitológico es muy importante y nos acompañó hasta el
oráculo de Pachacamac, donde acudían viajeros de todo el territorio inca para
saber su porvenir, algo parecido a lo que sucedía en el mundo griego en el
oráculo de Delfos.
En la tarde
del día de Nochevieja nos fuimos con toda la familia de Gaby a hacer las
compras para la fiesta de entrada del año nuevo y ya de paso hice mis compras
de productos peruanos, tales como: inca Kola, papa deshidratada, canchita,
mote, ají panca, ají causa, ajinomoto..., ya que su gastronomía me fascinó.
A las doce de
la noche antes de ponernos a cenar, cada cual portaba algo de color amarillo,
ya que este color en Perú atrae la buena suerte y tras los fuegos artificiales
nos acomodamos alrededor de la mesa a degustar una de mis últimas cenas en el
país andino, rodeado de esta gran familia y donde no faltó de forma guasona la
alusión al pisco. Tras el disfrute de la comida llegó el baile y la bebida,
pero cuando no aguanté más decidí irme sigilosamente sin que nadie notara mi
ausencia, quedando dormido pese a seguir sonando en mis oídos la canción de
Marisol que dice así: “Después de mucho tiempo, hoy le he vuelto a ver, no es
el mismo de ayer...”
Estaba tan
profundamente dormido que no note que alguien se acercaba a mi cama y me
zarandeaba asustado al oír decir en sueños que me moría. En ese momento
desperté de pronto y en vez de hacer caso a lo que me decían, cogí papel y
bolígrafo y me puse a escribir aquello que había vivido con tanta nitidez en
mis sueños, donde se entremezclan las vivencias personales con hechos que no he
llegado a vivir, ya que no termino de distinguir lo real de lo imaginario de
esta historia.
TE FELICITO DOMI, ME ENCANTA TU RELATO ME HACES REVIVIR MOMENTOS MARAVILLOSOS DE MI HERMOSO PERU.
ResponderEliminarSE QUE LO HAS DISRUTADO Y TE HA DEJADO ENCANTADO.
Enhorabuena eres un buen narrador. Gracias a este relato me he podido imaginar las calles de Cuzco, sus gentes, el aroma de sus comidas asi como el baile de la noche de fin de año.
ResponderEliminarUn precioso relato.
Un saludo desde Grand Cape Mount (Liberia)
Mi gran amigo sinceramente tienes un poder y gracias por hacernos deleitar de esta lectura. Te quiero y solo me queda agradecer por los dado a mi persona.
ResponderEliminarCuando me enteré del relato que habias escrito de tu visita a mi querida tierra y lo compartido con esta tu familia... no dude en pedirle a mi hermano Chio que me lo enviará, este relato me ha sacado carcajadas y lagrimas solo de recordar esos momentos vividos.
ResponderEliminarGracias por tanto cariño, sabes que es reciproco y eres más que bienvenido a visitar a tu familia Peruana quien siempre te recibirá con lo brazos abiertos y un buen pisco listo para ser compartido.