-¿Yo? Creo que te equivocas. No nos conocemos de
nada. Puede que me hayas confundido con alguien, pues tengo una cara muy común.
-Va a ser que
no. Te conozco, ya que ambos coincidimos en ese local tan emblemático de la
ciudad donde pinchan ritmos latinos y al bailar contigo sentí una atracción tal
que no me resistí a tocarte esos pectorales marcados bajo esa camiseta que tan
bien te ceñía el pecho. Seguro que me tachaste de mujer fácil y lanzada. No
obstante, muy lejos de la realidad, pues todos los que me conocen al contrario
me tachan de mujer fría que no expresa sus sentimientos. Sin embargo, contigo
rompí todos mis esquemas y decidí lanzarme, disfrutando de ese baile tan
sensual que es la bachata. Por eso, lo que ha unido el baile que no lo separé
una falsa imagen de mí.
Por cierto,
debemos presentarnos, ya que esa noche ni siquiera lo hicimos, puesto que
nuestros respectivos amigos nos lanzaron a los brazos del otro debido a la gran
tensión sexual que irradiábamos ambos, pero fue tal mi azoramiento que huí al
estilo Cenicienta, pero sin perder el zapato.
Me llamo
Claudia, como esas ciruelas tan dulces, ¿y tú, cómo te llamas? Parece que se te
ha comido la lengua el gato, morenazo de ojos verdes. Por lo que veo sigo
siendo yo la lanzada.
-Perdona que
me ría, pero no estoy acostumbrado a que me entre y me piropee una chica,
además tan guapa como tú. Mi nombre es Cristóbal, como mi padre y el padre de
mi padre, pero todos mis amigos me llaman Cris, así que si gustas también
puedes llamarme así.
He de decir a
favor de la verdad que tú me gustaste también, pero tu huida tan improvisada me
hizo pensar que no te gusté. ¿Será que te pisé sin querer? ¿Sería quizá que soy
arrítmico y no sé seguir el paso? Andaba un poco achispado, mucho quizás, y no
recuerdo mucho de aquel día, eso sí, te recuerdo a ti vívidamente, sobre todo,
tus manos masajeando mi torso y tu mirada mientras bailábamos, esa expresión
cuando tus ojos sonríen.
-Ahora la que
se ríe soy yo. ¿Y cómo es eso que no recordabas mi rostro?, pero empezamos
bien, puesto que si valoro algo en una persona cuando la conozco es que me haga
reír y tú lo has hecho con creces. Y no, no me pisaste, tampoco eres un pato
mareado bailando, pues me llevaste muy bien mientras bailamos aquella noche.
Sin embargo, tu mirada de ojos verdes me encandiló, tal que me dejó sin habla,
de ahí que saliera huyendo, ya que no estaba preparada para esa danza de
cortejo. Eso sí, eres todo un galán y un poeta porque con tus palabras has
hecho que la línea recta de mis labios se convierta en una curva y dibuje en mi
cara una sonrisa de oreja a oreja.
-Claudia, no
puedo dejar de excusarme ante tremenda metedura de pata de mi parte al no
reconocerte hoy, pero es que esa noche estabas diferente a ahora que vas de
sport y sin maquillar, además yo diría que esa noche usabas lentillas y
llevabas el cabello suelto.
-Es verdad, me
has pillado y por ahí te voy a perdonar
que no me hayas reconocido ahora, dijo Claudia, esbozando una amplia y sincera
sonrisa.
-En esta era
de las nuevas tecnologías me ha sido casi imposible dar contigo, guapa, pero
bendita causalidad haberte encontrado en el lugar más inesperado, ya que
estando en este lugar a parte de unirnos el amor por los bailes de salón
también nos unen otras inquietudes que espero ir descubriendo si tú me dejas,
como es el caso de ayudar desinteresadamente a los demás. Por cierto, ¿en qué
proyecto colaboras tú? Yo llevo más de una década en Cruz Roja colaborando en
proyectos de inserción laboral y absentismo escolar. De hecho, mis primeros pinitos
en esta reconocida institución fueron como monitor despertador y como me vas a
preguntar qué es eso exactamente, voy a adelantarme y te diré que mi tarea
consistía en llevar a un niño a clase desde su casa y ésta distaba de la
escuela tan sólo a doscientos metros. Y en esa época yo no disponía de carné de
conducir, de ahí que madrugara y cruzara toda la ciudad andando hasta la casa
de ese niño para llevarlo a la escuela.
-Cristóbal,
perdón Cris, en mi caso me siento realizada colaborando cuando mi tiempo me lo
permite en proyectos con personas mayores, ya que me gusta mucho escucharlas,
acompañarlas y hacerles todas aquellas tareas que ellas no pueden hacer, como
irles a la farmacia, a la compra... Creo que es muy importante trabajar con
estas personas, ya que son una fuente de sabiduría y podemos aprender mucho de
ellas, dado que la experiencia es un grado. Y a la vez, creas vínculos
sentimentales con ellas, puesto que la mayoría de ellas viven solas y sus
familias apenas las visitan, ya sea porque viven lejos, el trabajo se lo impida
o bien se desentiendan de sus padres o de sus parientes con una edad avanzada.
No obstante,
quizás lo que más me ha incentivado a dedicar mi tiempo a las personas mayores
es haber sufrido con mi abuela sus problemas de demencia senil que provocaron
que no nos reconociera cuando íbamos a visitarla a su casa. Ella que había sido
como una segunda madre para mí y para mis hermanas, ya que muy pronto nos
quedamos sin mi padre y mi madre tuvo que hacerse cargo sola de nosotras y
salir fuera de casa para buscarnos el sustento, trabajando de sol a sol en
casas ajenas y, por ende, pasando muy poco tiempo con nosotras.
Mi abuela
Juana, a la que cariñosamente llamábamos Mamá Juana, fue un gran pilar para mi
madre, pues ella nos recibía después de la escuela, nos hacía nuestras comidas
favoritas, nos cuidaba si caíamos enfermas o simplemente nos llevaba a pasear
cuando hacía buen tiempo. En esos casos nos preparaba tortilla de patatas que
le salía riquísima y de postre paparajotes que mojamos en azúcar y canela
sentadas en una mesa en el parque de la fuente de abajo mientras disfrutábamos
del paisaje y de nuestra compañía.
Mi querida y
añorada abuela fue perdiendo la memoria poco a poco. Al principio fueron
pequeños despistes, pero fue yendo cada día más a más, hasta el punto que un
día que fuimos a visitarla nos dijo que quiénes éramos. Nosotras pensamos que
estaba de broma, pero al comprobar que lo decía muy en serio el mundo se nos
vino encima. Esa noche me acosté, pero no pude pegar ojo, porque ella era para
mí un ejemplo a seguir, una mujer de gran fortaleza y una gran sabiduría, hecha
a sí misma. A pesar de no haber ido a la nunca a la escuela, la vida se lo
enseñó todo. De hecho, tuvo que ir a Madrid con mi tío pequeño para ser operado
allí y nunca se perdió, porque tenía muy desarrollado el sentido de la
orientación y se fijaba en todo.
Cambiando de
tema, porque éste me trae tristes recuerdos. ¿Qué haces esta tarde? Vaya, qué
lanzada estoy, pero es que tengo que salir a un recado al centro y puede que no
volvamos a coincidir esta mañana por aquí. Así que si te apetece nos podríamos
tomar un café por el casco antiguo de la ciudad, pues necesito despejarme.
-Por mí
estupendo Claudia, ¿qué tal si nos vemos a las seis de la tarde en la cafetería
que hay junto a los soportales que hay junto a la catedral donde podemos
disfrutar de unas vistas estupendas de la plaza, del Sagrario y de los picos
nevados de la sierra al fondo?
-Me parece una
idea genial, allí se desayuna y se merienda muy bien. De hecho, tengo muy
gratos recuerdos de esa cafetería, dado que solía ir allí con mis antiguos
compañeros de trabajo cuando trabajaba por esa zona de la ciudad y siempre
teníamos una excusa para ir allí y darnos un homenaje. Ahora nos vemos poco,
pero cuando lo hacemos disfrutamos mutuamente de nuestra compañía. Además, he
de decirte que siempre he ido dejando puertas abiertas por los lugares donde he
trabajado y siempre que puedo me llego a visitar a mis antiguos compañeros de
trabajo, pues a parte de trabajar también confraternizo y mantengo buenas
relaciones de amistad.
-Chica,
realmente me alegra no sabes cómo escuchar eso, ya que a mí me sucede igual y
debido a mi buen talante no me cuesta hacer nuevos amistades, aunque en el
fondo soy una persona muy tímida e introvertida.
En mi caso el
baile me ha servido para vencer en gran medida mi timidez, pues antes nada más
hablar con alguien extraño me hacía sudar. Ahora no, al menos eso ya lo he
superado. De hecho, he conocido a mucha gente en clases de baile así como en
los congresos a los que asisto con mis compañeros para bailar. Además, el baile
me sirve como terapia, ya que me lo paso genial y me río muchísimo.
-Cris, a mi me
pasó algo parecido, pero a mí me enseñó a bailar un buen amigo cubano. Él me
inició en la salsa y me llevó a su país donde en cualquier lugar de La habana
nos arrancábamos a mover la cadera sin importarnos quién nos mirara y si yo lo
hacía bien o mal. Tan sólo nos dejábamos llevar por el son de la música.
Ese viaje fue
inolvidable, puesto que experimenté toda una serie de sensaciones que me
hicieron cogerle el gusto a viajar, dado que el conocer nuevos lugares y nuevas
personas también te hace vencer tu timidez y hacerte una persona más abierta de
mente.
Gracias a eso
y el conocer a una amiga dominicana, unos años después se inició mi gusta por
la bachata antes de que se pusiera de moda, así que con esta amiga viajé a la
isla de La Española, concretamente a República Dominicana, donde me aficioné a
su gastronomía, sobre todo, de la arepa dominicana. Disfruté enormemente de los
paisajes caribeños. Incluso, aproveché para visitar el vecino país de Haití,
donde pude practicar mi francés y conocer esa parte de la isla que fuera
colonia francesa en otro tiempo y donde la época de la esclavitud se dejaba
vislumbrar en sus gentes, ya que la mayoría de ellos son personas con orígenes
africanos, de ahí que sus bailes típicos recuerden mucho a las danzas
africanas, en las que los movimientos de cadera son tan esenciales.
Claudia, veo que
nos une también el gusto por viajar. Para mí es primordial hacerlo, no sólo por
temas de trabajo, ya que gracias a ello conozco nuevos lugares, nuevas
culturas, nuevos paisajes, nuevos sabores u otras personas. La mayoría de las
veces he viajado sólo, ya sea porque no he tenido con quién hacerlo o ya sea
porque cuando yo podía los demás no podían.
El mejor viaje
que he hecho hasta ahora fue a Perú, donde me pasé todo un mes de diciembre y
recorrí el país de norte a sur.
Llegué a Lima
donde me esperaba una gran amiga, pasando con ella y su familia unos días antes
de viajar al sur del país, donde recalé en la ciudad de Cuzco, a más de cuatro
mil metros de altura, padeciendo el soroche o el mal de altura debido a la gran
altitud, que me provocó el que me faltara el aire en algunos momentos al
principio.
Ello no me
impidió disfrutar al máximo de esta ciudad que es Patrimonio de la Humanidad,
así que tras descansar un poco tras mi llegada a la ciudad cogí y salí con mi
guía particular para hacer un tour y subimos al barrio de san Blas, una de las
zonas más altas de la ciudad, desde donde se ve una espectacular panorámica de
la ciudad de Cuzco. Y de ahí fuimos a la Plaza de Armas, donde se halla la
catedral y la iglesia de la Compañía de Jesús, así como unos soportales que me
recordaron a los que hay en la ciudad giennense de Baeza.
De vuelta al
hotel paramos en una pequeña tienda donde una dependienta cuzqueña con su traje
típico de cholita, su buen humor y su simpatía nos hizo probarnos varias
prendas típicas de esa zona de la sierra peruana, elaboradas con lana de alpaca
y vicuña, además de deleitarnos con un truco con una olla mágica. Así que cogió
un vaso de agua y lo vertió en la olla por un orificio y después nos lo puso
encima de la cabeza y pensando que nos iba a poner chorreando nos cubrimos la
cabeza y al ver que no lo hizo nos quedamos muy sorprendidos. Me gustó tanto
que la compré para hacer lo mismo con mis sobrinos cuando volviera a casa.
Al día
siguiente compré un billete de tren y me dirigí a la ciudadela de Machu Pichu.
Salí al amanecer hacia la estación de tren de Poroy, a unos kilómetros de
Cuzco, y desde allí partimos en un tren de turistas hacia el poblado de Aguas
Calientes, disfrutando en el trayecto del paisaje y de las ruinas que se nos
mostraban a lo largo del camino, así como de los picos nevados de los Andes.
Una vez en
Aguas Calientes compré la entrada para la ciudadela y el billete del microbús
que me llevaría hasta allí, un trayecto muy peligroso, ya que subes por un
sendero muy estrecho dejando a un lado el valle del río Urubamba, pero al
acceder a las ruinas de la ciudad inca se te olvida todo, ya que al estar allí
te hace sentir como si tocaras las nubes con las yemas de los dedos. Incluso,
en ese lugar parece como si el tiempo se detuviera y viajaras a otro tiempo.
Sin prisas
subí hasta la Puerta del Sol, aunque era un día en el que el astro rey no se
dejó ver para nada, pues llovía y las nubes no dejaban ver en su esplendor el
recinto de la ciudadela inca en su esplendor. Y si lo hacía era entre brumas,
pero todos los turistas que andábamos por allí lo disfrutamos igualmente,
mientras veía como discurría el agua por aquellas construcciones ancladas en la
montaña.
Una vez que
nuestros pulmones se llenaron del aire puro que allí había descendí hasta Aguas
calientes y haciendo hora para coger el tren para volver al Cuzco y siguiendo
el sendero hacia las aguas termales que dan nombre a este poblado, me despojé
de mi vestimenta toda mojada y me sumergí en dichas aguas mientras disfrutaba
del sonido de los rápidos del río Urubamba que bajaban con gran fuerza y
estruendo desde las alturas de la sierra, a la vez que te hacía sentir una
serenidad y sosiego indescriptibles, olvidándote de todo y de todos. Sólo
estabas tú en medio de la naturaleza y de no ser porque había que volver a
Cuzco me hubiera quedado allí más tiempo.
En el viaje de
regreso disfrutamos de una pasarela de modelos con trajes típicos de la zona,
fabricados con la lana de alpaca, a la vez que la representación de un baile
típico del pueblo de Ollantaytambo, en el cual una pareja aparecía ataviada con
trajes regionales de vistosos colores típicos de la zona bailando una danza
milenaria.
Al siguiente
día a las cinco de la mañana mi guía me recogió y fuimos hasta las salinas de
Maras en el Valle Sagrado del Cuzco, donde pude ver una construcción singular
de la arquitectura inca, pero para llegar allí tuvimos que pasar por toda una
serie de pueblos en los que sólo se hablaba quechua, la lengua nativa de los
incas y que mi guía hablaba con soltura. En aquel lugar y a primera hora de la
mañana pudimos disfrutar tanto de la serenidad de ese paisaje en el que no se
veía ni un alma a aquellas horas tempranas de la mañana, así como de la visión
de los nevados de los Andes, a la vez que surcaba el cielo azul un cóndor con
su majestuoso vuelo.
De las salinas
partimos a la ciudad de Cuzco, para ir al mercado de San Francisco y comprar
productos peruanos para elaborar en casa platos típicos peruanos, como es la
carapulcra chinchana, un plato inca que se elabora antes de la llegada de los
españoles y que aprendí gracias a una amiga peruana. Como era la hora del
desayuno mi guía y yo desayunamos en el mercado una rica sopa de pollo con chuño,
una especie de papa deshidratada con los hielos de los Andes. Tras comprar en
este mercado fuimos al mercado de San Pedro donde pude comprar artesanía y
algunos regalos para mis amigos de aquí.
Volví de nuevo
a Lima desde donde viajé de nuevo al norte del Perú, donde visité Chiclayo, la
ciudad de la Amistad, donde pude conocer Lambayeque, la casa con el balcón más
largo del mundo, el museo del Señor de Sipán, la playa de Pimentel donde el
océano Pacífico rompía sus olas con una gran fuerza y estruendo. Además, pude
disfrutar allí con una familia de una pachamanca, una forma de preparar los
alimentos bajo tierra muy original.
Regresé a Lima
y allí pasé los últimos días de mi viaje, viviendo allí la Navidad con mi
familia adoptiva peruana y echando mucho de menos a la matriarca a la que tuve
el gusto de conocer años atrás. En Miraflores asistimos a un espectáculo en
vivo de salsa y en la casa de uno de los tíos de mi amiga acabamos casi al
amanecer tomando unos tragos como dicen en Perú y bailando cumbia, que las
chicas de la familia tuvieron la paciencia de enseñarme. Lo pasamos
estupendamente, pues el baile y el vino dieron pie a que riéramos a carcajadas.
Para culminar mi viaje, uno de los últimos días en la capital peruana asistí a
un concierto de música tradicional en vivo con sones incas y quechuas.
Sin lugar a
dudas fue un gran viaje porque viví muchas experiencias que quedaron grabadas
en mi mente y en mi corazón.
Ay, que se nos
pasa el tiempo hablando y aún tengo que hacer unos recados.
-¿Te parece si
lo seguimos haciendo esta tarde cuando quedemos para tomar el café?
-Por supuesto,
Claudia. Nos vemos esta tarde en el lugar acordado, ya estoy deseando retomar
el hilo de nuestra conversación, ya que me pareces un chico muy interesante y
encantador.
Unas horas
después, Cris esperaba ansioso y expectante la llegada de Claudia en la plaza
donde se halla la cafetería en la que habían quedado.
Cuando Claudia
llegó al punto de encuentro, Cris la esperaba con una amplia y sincera sonrisa
que lo hacía más atractivo si cabe con ese hoyuelo que tenía en la barbilla.
Estaba allí parado con una pose de caballero de otro tiempo y galán de
películas de antaño.
Se saludaron y
pasaron a acomodarse para disfrutar de una velada vespertina que se auguraba
interesante.
Después de
hablar de temas banales, Cris le preguntó a Claudia a qué se dedicaba.
Ella empezó
diciéndole que era gobernanta.
-Entonces, ¿tú
eres quién gobierna y manda en un hotel? Dijo Cris bromeando.
Claudia
asintió.
No obstante,
le dijo que su trabajo era más complejo que eso, ya que debía comprobar que
todo estuviese en perfecto estado de uso y disfrute, debiendo estar todo limpio
y en su lugar, pero, sobre todo, debía cuidar que su equipo de trabajo
estuviera bien, ya que si tenemos contentos a nuestros clientes internos, o
sea, nuestros empleados, los clientes del hotel notarán eso y su percepción de
la calidad que les ofrecemos será mayor.
-Con esta
profesión seguro que tienes muchas anécdotas que contar y a mí me gustaría
oírtelas decir si es que el secreto profesional no te lo impide.
-Claro que no,
de hecho el verano pasado estuve trabajando en Ibiza y gracias a un grupo de
gobernantas de la isla me contaron que en un hotel de cinco estrellas había
clientes que cocinaban en las terrazas de las habitaciones palomas, incluso
corderos, con el consiguiente olor que desprendía eso y las quejas que ponían
los demás clientes, pero al ser clientes de alto poder adquisitivo no se les
podía decir nada. Eso sí, las camareras de pisos se las veían y se las deseaban
para quitar el olor de las habitaciones que esas prácticas llevaban acarreadas,
eso sí los clientes de esas habitaciones eran muy generosos con sus propinas.
Gracias a este
grupo, mis compañeras gobernantas y yo nos desahogábamos y contábamos nuestros
problemas a en nuestros respectivos hoteles y nos dábamos posibles soluciones.
No sólo de limpieza de hoteles, sino también como lidiar con el personal o de
cómo encontrarlo, sobre todo, habiendo tanta demanda de personal, que se
incrementaba debido a la falta de lugares de alojamiento para estos
trabajadores, los cuales muchas veces se ven obligados a vivir en la calle por
no encontrar donde vivir.
-Ya creo que
es un tema peliagudo, Claudia, pero por lo poco que te conozco me da la
impresión que eres una persona resolutiva, ordenada y con dotes de mundo.
Ésta soltó una
tremenda carcajada que dejó a Cris un poco sorprendido, pero en seguida su
semblante se distendió, porque entendió que ésta estaba de broma.
-Y tú, moreno
de ojos verdes, ¿a qué dedicas tu vida?
-Me vas a
sacar los colores. Soy profesor de primaria. Siempre me ha gustado trabajar con
niños. Por eso, estudié Magisterio. Me gusta ver como aprenden y disfrutan
aprendiendo, pero para eso hay que tener vocación y desde pequeño tenía claro
que me quería dedicar a ello, además de eso tienes que ser un poco actor,
payaso y mucha seriedad para que tus alumnos te respeten y estén motivados.
-Cris, me
encanta esa labor que haces con los niños, pues son nuestro futuro, pero sobre
todo por esa pasión que transmites a la hora de hablar de tu profesión.
Después de
hablar de temas serios Claudia creo que va siendo hora que quedemos para volver
al principio de nuestra historia.
-¿Cómo dices?
-Tranquila,
sólo te estoy pidiendo una cita para ir a bailar, pero esta vez empezaremos por
la salsa, ya que me muevo mejor que en la bachata. Por supuesto, si te parece.
-Por
supuestísimo que me parece, me caes estupendamente y esto es, sin dudad, el
comienzo de algo.
Y eso fue, o
ha sido más bien, ya que esta historia comenzó y no acaba aún, aunque una de
estas dos piezas del puzle ya no recuerda como dio inicio dicha historia, pero
mientras que haya alguien que la cuente nunca acabará.
Esta historia se
remonta a cincuenta años atrás y siempre le narra Cristóbal a Claudia delante
de sus hijos y nietos cuando van a visitarla en la residencia de ancianos donde
ella está ingresada, emocionándola esta historian cada vez que la oye, aunque
ella dice no conocer a sus protagonistas.
Todos los
suyos sufrieron mucho a causa de esta enfermedad atroz que borró todos los
recuerdos de esta bella mujer de un plumazo, pero gracias al amor incondicional
que Cristóbal le profesa a ella sus seres queridos logran vencer este dolor y
son partícipes de este amor que él siente por ella y que surge de nuevo cada
vez que se reencuentran como si fuera la primera vez que se ven. De hecho, sus
ojos velados y fatigados por la edad
sonríen llenos de amor cada vez que se miran, siendo el motor por el que
Cristóbal se levanta cada mañana.