lunes, 23 de abril de 2018

Lo que ha unido el baile que no lo borre el olvido




            -¿Yo? Creo que te equivocas. No nos conocemos de nada. Puede que me hayas confundido con alguien, pues tengo una cara muy común.

-Va a ser que no. Te conozco, ya que ambos coincidimos en ese local tan emblemático de la ciudad donde pinchan ritmos latinos y al bailar contigo sentí una atracción tal que no me resistí a tocarte esos pectorales marcados bajo esa camiseta que tan bien te ceñía el pecho. Seguro que me tachaste de mujer fácil y lanzada. No obstante, muy lejos de la realidad, pues todos los que me conocen al contrario me tachan de mujer fría que no expresa sus sentimientos. Sin embargo, contigo rompí todos mis esquemas y decidí lanzarme, disfrutando de ese baile tan sensual que es la bachata. Por eso, lo que ha unido el baile que no lo separé una falsa imagen de mí.

Por cierto, debemos presentarnos, ya que esa noche ni siquiera lo hicimos, puesto que nuestros respectivos amigos nos lanzaron a los brazos del otro debido a la gran tensión sexual que irradiábamos ambos, pero fue tal mi azoramiento que huí al estilo Cenicienta, pero sin perder el zapato.

Me llamo Claudia, como esas ciruelas tan dulces, ¿y tú, cómo te llamas? Parece que se te ha comido la lengua el gato, morenazo de ojos verdes. Por lo que veo sigo siendo yo la lanzada.

-Perdona que me ría, pero no estoy acostumbrado a que me entre y me piropee una chica, además tan guapa como tú. Mi nombre es Cristóbal, como mi padre y el padre de mi padre, pero todos mis amigos me llaman Cris, así que si gustas también puedes llamarme así.

He de decir a favor de la verdad que tú me gustaste también, pero tu huida tan improvisada me hizo pensar que no te gusté. ¿Será que te pisé sin querer? ¿Sería quizá que soy arrítmico y no sé seguir el paso? Andaba un poco achispado, mucho quizás, y no recuerdo mucho de aquel día, eso sí, te recuerdo a ti vívidamente, sobre todo, tus manos masajeando mi torso y tu mirada mientras bailábamos, esa expresión cuando tus ojos sonríen.

-Ahora la que se ríe soy yo. ¿Y cómo es eso que no recordabas mi rostro?, pero empezamos bien, puesto que si valoro algo en una persona cuando la conozco es que me haga reír y tú lo has hecho con creces. Y no, no me pisaste, tampoco eres un pato mareado bailando, pues me llevaste muy bien mientras bailamos aquella noche. Sin embargo, tu mirada de ojos verdes me encandiló, tal que me dejó sin habla, de ahí que saliera huyendo, ya que no estaba preparada para esa danza de cortejo. Eso sí, eres todo un galán y un poeta porque con tus palabras has hecho que la línea recta de mis labios se convierta en una curva y dibuje en mi cara una sonrisa de oreja a oreja.

-Claudia, no puedo dejar de excusarme ante tremenda metedura de pata de mi parte al no reconocerte hoy, pero es que esa noche estabas diferente a ahora que vas de sport y sin maquillar, además yo diría que esa noche usabas lentillas y llevabas el cabello suelto.

-Es verdad, me has pillado y  por ahí te voy a perdonar que no me hayas reconocido ahora, dijo Claudia, esbozando una amplia y sincera sonrisa.

-En esta era de las nuevas tecnologías me ha sido casi imposible dar contigo, guapa, pero bendita causalidad haberte encontrado en el lugar más inesperado, ya que estando en este lugar a parte de unirnos el amor por los bailes de salón también nos unen otras inquietudes que espero ir descubriendo si tú me dejas, como es el caso de ayudar desinteresadamente a los demás. Por cierto, ¿en qué proyecto colaboras tú? Yo llevo más de una década en Cruz Roja colaborando en proyectos de inserción laboral y absentismo escolar. De hecho, mis primeros pinitos en esta reconocida institución fueron como monitor despertador y como me vas a preguntar qué es eso exactamente, voy a adelantarme y te diré que mi tarea consistía en llevar a un niño a clase desde su casa y ésta distaba de la escuela tan sólo a doscientos metros. Y en esa época yo no disponía de carné de conducir, de ahí que madrugara y cruzara toda la ciudad andando hasta la casa de ese niño para llevarlo a la escuela.

-Cristóbal, perdón Cris, en mi caso me siento realizada colaborando cuando mi tiempo me lo permite en proyectos con personas mayores, ya que me gusta mucho escucharlas, acompañarlas y hacerles todas aquellas tareas que ellas no pueden hacer, como irles a la farmacia, a la compra... Creo que es muy importante trabajar con estas personas, ya que son una fuente de sabiduría y podemos aprender mucho de ellas, dado que la experiencia es un grado. Y a la vez, creas vínculos sentimentales con ellas, puesto que la mayoría de ellas viven solas y sus familias apenas las visitan, ya sea porque viven lejos, el trabajo se lo impida o bien se desentiendan de sus padres o de sus parientes con una edad avanzada.

No obstante, quizás lo que más me ha incentivado a dedicar mi tiempo a las personas mayores es haber sufrido con mi abuela sus problemas de demencia senil que provocaron que no nos reconociera cuando íbamos a visitarla a su casa. Ella que había sido como una segunda madre para mí y para mis hermanas, ya que muy pronto nos quedamos sin mi padre y mi madre tuvo que hacerse cargo sola de nosotras y salir fuera de casa para buscarnos el sustento, trabajando de sol a sol en casas ajenas y, por ende, pasando muy poco tiempo con nosotras.

Mi abuela Juana, a la que cariñosamente llamábamos Mamá Juana, fue un gran pilar para mi madre, pues ella nos recibía después de la escuela, nos hacía nuestras comidas favoritas, nos cuidaba si caíamos enfermas o simplemente nos llevaba a pasear cuando hacía buen tiempo. En esos casos nos preparaba tortilla de patatas que le salía riquísima y de postre paparajotes que mojamos en azúcar y canela sentadas en una mesa en el parque de la fuente de abajo mientras disfrutábamos del paisaje y de nuestra compañía.

Mi querida y añorada abuela fue perdiendo la memoria poco a poco. Al principio fueron pequeños despistes, pero fue yendo cada día más a más, hasta el punto que un día que fuimos a visitarla nos dijo que quiénes éramos. Nosotras pensamos que estaba de broma, pero al comprobar que lo decía muy en serio el mundo se nos vino encima. Esa noche me acosté, pero no pude pegar ojo, porque ella era para mí un ejemplo a seguir, una mujer de gran fortaleza y una gran sabiduría, hecha a sí misma. A pesar de no haber ido a la nunca a la escuela, la vida se lo enseñó todo. De hecho, tuvo que ir a Madrid con mi tío pequeño para ser operado allí y nunca se perdió, porque tenía muy desarrollado el sentido de la orientación y se fijaba en todo.

Cambiando de tema, porque éste me trae tristes recuerdos. ¿Qué haces esta tarde? Vaya, qué lanzada estoy, pero es que tengo que salir a un recado al centro y puede que no volvamos a coincidir esta mañana por aquí. Así que si te apetece nos podríamos tomar un café por el casco antiguo de la ciudad, pues necesito despejarme.

-Por mí estupendo Claudia, ¿qué tal si nos vemos a las seis de la tarde en la cafetería que hay junto a los soportales que hay junto a la catedral donde podemos disfrutar de unas vistas estupendas de la plaza, del Sagrario y de los picos nevados de la sierra al fondo?

-Me parece una idea genial, allí se desayuna y se merienda muy bien. De hecho, tengo muy gratos recuerdos de esa cafetería, dado que solía ir allí con mis antiguos compañeros de trabajo cuando trabajaba por esa zona de la ciudad y siempre teníamos una excusa para ir allí y darnos un homenaje. Ahora nos vemos poco, pero cuando lo hacemos disfrutamos mutuamente de nuestra compañía. Además, he de decirte que siempre he ido dejando puertas abiertas por los lugares donde he trabajado y siempre que puedo me llego a visitar a mis antiguos compañeros de trabajo, pues a parte de trabajar también confraternizo y mantengo buenas relaciones de amistad.

-Chica, realmente me alegra no sabes cómo escuchar eso, ya que a mí me sucede igual y debido a mi buen talante no me cuesta hacer nuevos amistades, aunque en el fondo soy una persona muy tímida e introvertida.

En mi caso el baile me ha servido para vencer en gran medida mi timidez, pues antes nada más hablar con alguien extraño me hacía sudar. Ahora no, al menos eso ya lo he superado. De hecho, he conocido a mucha gente en clases de baile así como en los congresos a los que asisto con mis compañeros para bailar. Además, el baile me sirve como terapia, ya que me lo paso genial y me río muchísimo.

-Cris, a mi me pasó algo parecido, pero a mí me enseñó a bailar un buen amigo cubano. Él me inició en la salsa y me llevó a su país donde en cualquier lugar de La habana nos arrancábamos a mover la cadera sin importarnos quién nos mirara y si yo lo hacía bien o mal. Tan sólo nos dejábamos llevar por el son de la música.

Ese viaje fue inolvidable, puesto que experimenté toda una serie de sensaciones que me hicieron cogerle el gusto a viajar, dado que el conocer nuevos lugares y nuevas personas también te hace vencer tu timidez y hacerte una persona más abierta de mente.

Gracias a eso y el conocer a una amiga dominicana, unos años después se inició mi gusta por la bachata antes de que se pusiera de moda, así que con esta amiga viajé a la isla de La Española, concretamente a República Dominicana, donde me aficioné a su gastronomía, sobre todo, de la arepa dominicana. Disfruté enormemente de los paisajes caribeños. Incluso, aproveché para visitar el vecino país de Haití, donde pude practicar mi francés y conocer esa parte de la isla que fuera colonia francesa en otro tiempo y donde la época de la esclavitud se dejaba vislumbrar en sus gentes, ya que la mayoría de ellos son personas con orígenes africanos, de ahí que sus bailes típicos recuerden mucho a las danzas africanas, en las que los movimientos de cadera son tan esenciales.

Claudia, veo que nos une también el gusto por viajar. Para mí es primordial hacerlo, no sólo por temas de trabajo, ya que gracias a ello conozco nuevos lugares, nuevas culturas, nuevos paisajes, nuevos sabores u otras personas. La mayoría de las veces he viajado sólo, ya sea porque no he tenido con quién hacerlo o ya sea porque cuando yo podía los demás no podían.

El mejor viaje que he hecho hasta ahora fue a Perú, donde me pasé todo un mes de diciembre y recorrí el país de norte a sur.

Llegué a Lima donde me esperaba una gran amiga, pasando con ella y su familia unos días antes de viajar al sur del país, donde recalé en la ciudad de Cuzco, a más de cuatro mil metros de altura, padeciendo el soroche o el mal de altura debido a la gran altitud, que me provocó el que me faltara el aire en algunos momentos al principio.

Ello no me impidió disfrutar al máximo de esta ciudad que es Patrimonio de la Humanidad, así que tras descansar un poco tras mi llegada a la ciudad cogí y salí con mi guía particular para hacer un tour y subimos al barrio de san Blas, una de las zonas más altas de la ciudad, desde donde se ve una espectacular panorámica de la ciudad de Cuzco. Y de ahí fuimos a la Plaza de Armas, donde se halla la catedral y la iglesia de la Compañía de Jesús, así como unos soportales que me recordaron a los que hay en la ciudad giennense de Baeza.

De vuelta al hotel paramos en una pequeña tienda donde una dependienta cuzqueña con su traje típico de cholita, su buen humor y su simpatía nos hizo probarnos varias prendas típicas de esa zona de la sierra peruana, elaboradas con lana de alpaca y vicuña, además de deleitarnos con un truco con una olla mágica. Así que cogió un vaso de agua y lo vertió en la olla por un orificio y después nos lo puso encima de la cabeza y pensando que nos iba a poner chorreando nos cubrimos la cabeza y al ver que no lo hizo nos quedamos muy sorprendidos. Me gustó tanto que la compré para hacer lo mismo con mis sobrinos cuando volviera a casa.

Al día siguiente compré un billete de tren y me dirigí a la ciudadela de Machu Pichu. Salí al amanecer hacia la estación de tren de Poroy, a unos kilómetros de Cuzco, y desde allí partimos en un tren de turistas hacia el poblado de Aguas Calientes, disfrutando en el trayecto del paisaje y de las ruinas que se nos mostraban a lo largo del camino, así como de los picos nevados de los Andes.

Una vez en Aguas Calientes compré la entrada para la ciudadela y el billete del microbús que me llevaría hasta allí, un trayecto muy peligroso, ya que subes por un sendero muy estrecho dejando a un lado el valle del río Urubamba, pero al acceder a las ruinas de la ciudad inca se te olvida todo, ya que al estar allí te hace sentir como si tocaras las nubes con las yemas de los dedos. Incluso, en ese lugar parece como si el tiempo se detuviera y viajaras a otro tiempo.

Sin prisas subí hasta la Puerta del Sol, aunque era un día en el que el astro rey no se dejó ver para nada, pues llovía y las nubes no dejaban ver en su esplendor el recinto de la ciudadela inca en su esplendor. Y si lo hacía era entre brumas, pero todos los turistas que andábamos por allí lo disfrutamos igualmente, mientras veía como discurría el agua por aquellas construcciones ancladas en la montaña.

Una vez que nuestros pulmones se llenaron del aire puro que allí había descendí hasta Aguas calientes y haciendo hora para coger el tren para volver al Cuzco y siguiendo el sendero hacia las aguas termales que dan nombre a este poblado, me despojé de mi vestimenta toda mojada y me sumergí en dichas aguas mientras disfrutaba del sonido de los rápidos del río Urubamba que bajaban con gran fuerza y estruendo desde las alturas de la sierra, a la vez que te hacía sentir una serenidad y sosiego indescriptibles, olvidándote de todo y de todos. Sólo estabas tú en medio de la naturaleza y de no ser porque había que volver a Cuzco me hubiera quedado allí más tiempo.

En el viaje de regreso disfrutamos de una pasarela de modelos con trajes típicos de la zona, fabricados con la lana de alpaca, a la vez que la representación de un baile típico del pueblo de Ollantaytambo, en el cual una pareja aparecía ataviada con trajes regionales de vistosos colores típicos de la zona bailando una danza milenaria.

Al siguiente día a las cinco de la mañana mi guía me recogió y fuimos hasta las salinas de Maras en el Valle Sagrado del Cuzco, donde pude ver una construcción singular de la arquitectura inca, pero para llegar allí tuvimos que pasar por toda una serie de pueblos en los que sólo se hablaba quechua, la lengua nativa de los incas y que mi guía hablaba con soltura. En aquel lugar y a primera hora de la mañana pudimos disfrutar tanto de la serenidad de ese paisaje en el que no se veía ni un alma a aquellas horas tempranas de la mañana, así como de la visión de los nevados de los Andes, a la vez que surcaba el cielo azul un cóndor con su majestuoso vuelo.

De las salinas partimos a la ciudad de Cuzco, para ir al mercado de San Francisco y comprar productos peruanos para elaborar en casa platos típicos peruanos, como es la carapulcra chinchana, un plato inca que se elabora antes de la llegada de los españoles y que aprendí gracias a una amiga peruana. Como era la hora del desayuno mi guía y yo desayunamos en el mercado una rica sopa de pollo con chuño, una especie de papa deshidratada con los hielos de los Andes. Tras comprar en este mercado fuimos al mercado de San Pedro donde pude comprar artesanía y algunos regalos para mis amigos de aquí.

Volví de nuevo a Lima desde donde viajé de nuevo al norte del Perú, donde visité Chiclayo, la ciudad de la Amistad, donde pude conocer Lambayeque, la casa con el balcón más largo del mundo, el museo del Señor de Sipán, la playa de Pimentel donde el océano Pacífico rompía sus olas con una gran fuerza y estruendo. Además, pude disfrutar allí con una familia de una pachamanca, una forma de preparar los alimentos bajo tierra muy original.

Regresé a Lima y allí pasé los últimos días de mi viaje, viviendo allí la Navidad con mi familia adoptiva peruana y echando mucho de menos a la matriarca a la que tuve el gusto de conocer años atrás. En Miraflores asistimos a un espectáculo en vivo de salsa y en la casa de uno de los tíos de mi amiga acabamos casi al amanecer tomando unos tragos como dicen en Perú y bailando cumbia, que las chicas de la familia tuvieron la paciencia de enseñarme. Lo pasamos estupendamente, pues el baile y el vino dieron pie a que riéramos a carcajadas. Para culminar mi viaje, uno de los últimos días en la capital peruana asistí a un concierto de música tradicional en vivo con sones incas y quechuas.

Sin lugar a dudas fue un gran viaje porque viví muchas experiencias que quedaron grabadas en mi mente y en mi corazón.
Ay, que se nos pasa el tiempo hablando y aún tengo que hacer unos recados.

-¿Te parece si lo seguimos haciendo esta tarde cuando quedemos para tomar el café?

-Por supuesto, Claudia. Nos vemos esta tarde en el lugar acordado, ya estoy deseando retomar el hilo de nuestra conversación, ya que me pareces un chico muy interesante y encantador.

Unas horas después, Cris esperaba ansioso y expectante la llegada de Claudia en la plaza donde se halla la cafetería en la que habían quedado.

Cuando Claudia llegó al punto de encuentro, Cris la esperaba con una amplia y sincera sonrisa que lo hacía más atractivo si cabe con ese hoyuelo que tenía en la barbilla. Estaba allí parado con una pose de caballero de otro tiempo y galán de películas de antaño.

Se saludaron y pasaron a acomodarse para disfrutar de una velada vespertina que se auguraba interesante.

Después de hablar de temas banales, Cris le preguntó a Claudia a qué se dedicaba.

Ella empezó diciéndole que era gobernanta.

-Entonces, ¿tú eres quién gobierna y manda en un hotel? Dijo Cris bromeando.

Claudia asintió.

No obstante, le dijo que su trabajo era más complejo que eso, ya que debía comprobar que todo estuviese en perfecto estado de uso y disfrute, debiendo estar todo limpio y en su lugar, pero, sobre todo, debía cuidar que su equipo de trabajo estuviera bien, ya que si tenemos contentos a nuestros clientes internos, o sea, nuestros empleados, los clientes del hotel notarán eso y su percepción de la calidad que les ofrecemos será mayor.

-Con esta profesión seguro que tienes muchas anécdotas que contar y a mí me gustaría oírtelas decir si es que el secreto profesional no te lo impide.

-Claro que no, de hecho el verano pasado estuve trabajando en Ibiza y gracias a un grupo de gobernantas de la isla me contaron que en un hotel de cinco estrellas había clientes que cocinaban en las terrazas de las habitaciones palomas, incluso corderos, con el consiguiente olor que desprendía eso y las quejas que ponían los demás clientes, pero al ser clientes de alto poder adquisitivo no se les podía decir nada. Eso sí, las camareras de pisos se las veían y se las deseaban para quitar el olor de las habitaciones que esas prácticas llevaban acarreadas, eso sí los clientes de esas habitaciones eran muy generosos con sus propinas.

Gracias a este grupo, mis compañeras gobernantas y yo nos desahogábamos y contábamos nuestros problemas a en nuestros respectivos hoteles y nos dábamos posibles soluciones. No sólo de limpieza de hoteles, sino también como lidiar con el personal o de cómo encontrarlo, sobre todo, habiendo tanta demanda de personal, que se incrementaba debido a la falta de lugares de alojamiento para estos trabajadores, los cuales muchas veces se ven obligados a vivir en la calle por no encontrar donde vivir.

-Ya creo que es un tema peliagudo, Claudia, pero por lo poco que te conozco me da la impresión que eres una persona resolutiva, ordenada y con dotes de mundo.

Ésta soltó una tremenda carcajada que dejó a Cris un poco sorprendido, pero en seguida su semblante se distendió, porque entendió que ésta estaba de broma.

-Y tú, moreno de ojos verdes, ¿a qué dedicas tu vida?

-Me vas a sacar los colores. Soy profesor de primaria. Siempre me ha gustado trabajar con niños. Por eso, estudié Magisterio. Me gusta ver como aprenden y disfrutan aprendiendo, pero para eso hay que tener vocación y desde pequeño tenía claro que me quería dedicar a ello, además de eso tienes que ser un poco actor, payaso y mucha seriedad para que tus alumnos te respeten y estén motivados.

-Cris, me encanta esa labor que haces con los niños, pues son nuestro futuro, pero sobre todo por esa pasión que transmites a la hora de hablar de tu profesión.

Después de hablar de temas serios Claudia creo que va siendo hora que quedemos para volver al principio de nuestra historia.

-¿Cómo dices?

-Tranquila, sólo te estoy pidiendo una cita para ir a bailar, pero esta vez empezaremos por la salsa, ya que me muevo mejor que en la bachata. Por supuesto, si te parece.

-Por supuestísimo que me parece, me caes estupendamente y esto es, sin dudad, el comienzo de algo.

Y eso fue, o ha sido más bien, ya que esta historia comenzó y no acaba aún, aunque una de estas dos piezas del puzle ya no recuerda como dio inicio dicha historia, pero mientras que haya alguien que la cuente nunca acabará.

Esta historia se remonta a cincuenta años atrás y siempre le narra Cristóbal a Claudia delante de sus hijos y nietos cuando van a visitarla en la residencia de ancianos donde ella está ingresada, emocionándola esta historian cada vez que la oye, aunque ella dice no conocer a sus protagonistas.

Todos los suyos sufrieron mucho a causa de esta enfermedad atroz que borró todos los recuerdos de esta bella mujer de un plumazo, pero gracias al amor incondicional que Cristóbal le profesa a ella sus seres queridos logran vencer este dolor y son partícipes de este amor que él siente por ella y que surge de nuevo cada vez que se reencuentran como si fuera la primera vez que se ven. De hecho, sus ojos velados  y fatigados por la edad sonríen llenos de amor cada vez que se miran, siendo el motor por el que Cristóbal se levanta cada mañana.