lunes, 4 de mayo de 2015

La Bicha María



¡Mi hijo!, ¡mi hijo! No dejaba de gritar una mujer, rota por el dolor, cuando comprobó que su pequeño vástago no se encontraba en el moisés, donde lo acurrucó cuando fue a lavar al chorrillo que hay junto a la orilla del río Colorao.

El niño desapareció sin dejar el menor rastro como solía hacer mucha gente que pululaba cerca de la margen izquierda de este río.

Por el pueblo circulaba la historia de la existencia de una gran serpiente de dos cabezas, a la que las gentes del lugar dieron el nombre de la Bicha María, la cual viviría en unas cuevas subterráneas que hay bajo la pequeña población situada en los confines de la Loma.

La leyenda se forjó hace más de dos milenios, ya que los antiguos íberos que aquí habitaban oyeron muchos de los mitos que griegos y romanos narraron de sus tierras de origen en estos lugares de Iberia.

No obstante, dicha leyenda tiene origen heleno, ya que según las crónicas a la antigua ciudad íbera de Cástulo llegaron dos cabellos de la Gorgona en una cratera que contenía vino del Ática. Dicho ser mitológico con tan sólo su mirada convertía a todo ser humano en piedra por el mero hecho de sostenerle la mirada, pero perdió la cabeza a manos de la espada que blandió Perseo, ayudado de un espejo para no mirarla directamente.

El héroe debía llevar intacta la cabeza de la Gorgona tras cercenarla de su cuerpo, pero cortó dos de los terroríficos cabellos de ésta y los guardó en su bolsa que llevaba colgada a la espalda.

De camino a casa tras su grandioso triunfo, pasó por un valle donde se encontró con una bella sacerdotisa que le invitó a acompañarla para ver que le presagiaban las estrellas, pues notó un gran peso sobre Perseo. De este modo, al consultar el oráculo éste vaticinó que los dichos cabellos que portaba cobrarían vida y se fusionarían en uno, creando un nuevo ser monstruoso bicéfalo en un lugar más allá de las columnas de Hércules.

Para evitar que la profecía se cumpliese el héroe decidió que los cabellos quedaran dentro de una pequeña urna sellada, en la que se inscribieron las letras alfa y omega, pues su ruptura supondría el fin de un sueño y el principio de una nueva vida.

El barco que atracó en el puerto fluvial de Cástulo tenía precisamente en su proa un bello y bien trabajado busto de Perseo en madera policromada, ya que el capitán de la nao era de la región de aquel héroe que decapitó a la Gorgona y que cortó aquellos cabellos de la cabeza de aquel ser tan monstruoso, siendo guardados celosamente por sus descendientes en la dicha urna sellada que acabó en el fondo de una cratera de vino en el lugar más recóndito de su bodega que se hallaba en la región del Ática, con el fin de que ésta nunca viera la luz y cuyo contenido ya se olvidaría con el transcurso de los siglos.

Cuando el barco soltó amarras, en la ciudad se produjo un temblor que vaticinó que iba a ocurrir algo importante aunque nadie se diera cuenta de tan crucial acontecimiento, puesto que lo único que provocó fue la ruptura de una cratera de vino del Ática cuando ésta era descendida del barco para ser trasportada al foro de la ciudad donde se hallaban las tiendas en las que se comerciaban las mercancías que llegaban a la ciudad, rompiéndose en mil pedazos y derramándose el rico y preciado caldo, cayendo a su vez un pequeño cofre sellado sin que nadie se diera cuenta sobre el fango acumulado allí al lado del muelle, hundiéndose poco a poco por su propio peso hasta quedar totalmente cubierto.

Sería unos años después cuando un joven lugareño encontraría la pequeña caja, llevándolo enseguida a su humilde casa oculta de la vista de cualquier persona con la que se cruzó camino a su hogar.

Su morada se hallaba al otro lado del río Guadalimar cerca de unas cuevas, de ahí que tuviera que cruzar el puente de piedra que se situaba junto a las termas de aguas relajantes.

En la tranquilidad de su hogar y fuera de la vista de cualquier curioso procedió a abrir la pequeña urna gracias a la ayuda de un cincel, pero en el mismo momento en que ésta quedó abierta el miedo lo paralizó, sobre todo, debido a un estridente silbido que siguió a su apertura, dando un toque mágico a la vez que terrorífico a aquel instante, siendo la causa por la cual este muchacho dejó caer el contenido del cofre al suelo, dónde al contacto con éste los cabellos cobraron vida, uniéndose y escabulléndose de la vista del joven, que sin saberlo contribuyó al nacimiento de la leyenda de un ser mítico bicéfalo en estas tierras de Iberia.

Desde aquel día Lasco, que así se llamaba el muchacho, tuvo un molesto ruido en los oídos que le acompañó hasta el mismo día de su muerte, ya que ese ser monstruoso hizo de las cavernas aledañas su morada y cada vez que silbaba, dicho sonido martilleaba los tímpanos de este joven que despertó del sueño eterno a este engendro mitológico que vino allende los mares.

En las dichas cuevas que había debajo de la pequeña población que había al otro lado del Guadalimar fue creciendo la “Bicha María” como se la conocería popularmente muchos siglos después, aprovechando las cavidades subterráneas que el brazo de mar que discurría por los confines de la loma había formado en este bello paraje.

El crecimiento de este reptil legendario fue lento, de ahí que en un primer momento sólo desaparecieran  de los alrededores pequeños animales, pero dada la cercanía del bosque que hay en uno de los lugares donde las cuevas tienen salida, apenas se hizo notar su presencia, pero en pleno comienzo de la Edad Media ya empezaron a desaparecer animales de los vecinos del pueblo, de ahí que se hicieran batidas contra posibles alimañas que pudiesen existir en la zona, pero los intentos no dieron ningún resultado.

Tuvieron que pasar otros tantos siglos, concretamente hasta finales de la Edad Media, para que este ser maléfico ya tuviera un tamaño bastante considerable y optara por robar niños pequeños que quedaban desprotegidos de la vista de sus madres cuando iban a lavar al río.

No obstante, durante esa época vivía una mujer solitaria y curandera, rodeada de gatos, sobre la que recayeron todas las sospechas, de ahí que se le acusara de brujería y tratos con el demonio y que adquiría vitalidad gracias a beber la sangre de estas inocentes criaturas.

A estas conclusiones llegó el tribunal e hizo confesar a la mujer tales cosas horrendas, siendo inocente de todo lo que se le acusaba, pero fueron tales los tormentos que se le infligieron que acabó confesando todo aquello que no había hecho, de ahí que fuese condenada a la hoguera.

Entre las llamas, la buena mujer emplazó a los miembros del tribunal a llorar lágrimas de sangre por tremenda injusticia. Y así fue como cada uno de ellos fue perdiendo en las semanas siguientes a un ser querido bajo las fauces de la “bicha María”, que coincidencia o no los eligió como sus próximas víctimas.

Dado el carácter infructuoso de la anterior caza de brujas, se optó por pensar en que tales hechos pudiesen haber sido llevados a cabo por alguna gran alimaña que se escondiese en las entrañas de las cavernas, pero no se dio con nada, de ahí que se procediese a sellar todas y cada una de las entradas de las dichas cuevas, que quedaron ocultas hasta casi nuestros días, momento en el que quedaron descubiertas debido a un terremoto que hizo quebrar la torre de la iglesia y echar por tierra una de las grandes campanas de la espadaña.

Fue en ese momento, cuando empezaron a desaparecer de nuevo personas en el lugar, sobre todo, a las orillas del río, ya que la única entrada a las cuevas que quedó al descubierto fue la que se hallaba en dicho lugar.

Una vez más hubo una cabeza de turco al que echar la culpa de la desaparición de los vecinos del pueblo, no siendo otro que el bandolero Antón León que se encontraba escondido en las ruinas de Cástulo, el cual era tan sólo un aguerrido y valiente ladrón que sólo robaba por su supervivencia y la de los suyos.

Es por eso que éste se conocía muy bien el terreno donde actuaba. De este modo, fue el primero que se dio cuenta de la apertura de la entrada de la cueva tras el terremoto y sin ser visto contempló a la horripilante y gigantesca serpiente de dos cabezas introducir en la caverna entre sus fauces a su última víctima.

En un primer momento, quedó paralizado, pero recobrado se dirigió hacia su campamento y relató a sus compinches lo que había visto, pero ninguno de ellos le dio crédito y lo tomaron por loco.

Una vez terminó de hablar, sus hombres le dijeron lo que se decía en el pueblo sobre su autoría como responsable de la desaparición de sus vecinos.

Antón León, sin embargo, quiso defender su honor, pues aunque ladrón, el no se había manchado las manos de sangre, así que cogió pólvora y se dirigió hacia la entrada de la cueva para acabar con el animal y así limpiar su nombre.

Lo primero que hizo fue ver justo a la entrada de la caverna una camisa del animal, la cual cogió y sacó fuera, dejándola bajo la frondosa copa de un árbol que allí había, ya que sería la prueba irrefutable de su inocencia.

Tras dar la espalda a la cueva no se percató que el temible monstruo se disponía a salir. No obstante, fue rápido de reflejos, ya que le dio tiempo a encender la yesca con la que encendió la pólvora, la cual lanzó contra la entrada, siendo tal la explosión que la caverna quedó sellada de nuevo y la bicha no se sabe si murió o quedó de nuevo confinada en su cárcel.

Sin embargo, quien sí murió fue Antón León, pues salió despedido debido a la onda expansiva, quedando tendido junto a la camisa de la bicha María, a donde acudieron los compañeros del intrépido ladrón debido a la gran detonación y al tener la prueba de la existencia de ese ser mitológico que les había relatado su valeroso jefe no dudaron en propagar su hazaña y llevar la camisa de la serpiente junto al cuerpo sin vida de este héroe joven y valiente ante el Cristo de la Buena Muerte, a cuyos pies se veló su cadáver y donde se puede apreciar para quien lo quiera ver la única prueba que existe de esta leyenda que generación tras generación se cuenta en los hogares de este lugar.